Saber elegir
Un
adolescente, a punto de terminar sus estudios de preparatoria, se
encontraba preocupado y nervioso debido a que se acercaba el momento de
tomar una importante decisión: qué carrera estudiar.
Tratando de aclarar sus pensamientos, se acercó a uno de sus maestros y le planteó su gran duda.
El maestro lo escuchó decir: ’Sé qué es lo que me gusta, pero la
verdad, eso... no deja dinero y, lo que sí es negocio... es algo que no
me gusta, aunque creo que lo puedo hacer bien y ser exitoso. ¿Qué me
conviene hacer?’
El maestro le aclaró que nadie podía tomar una decisión en su lugar, que era él y solamente él quien tenía que decidir.
Dijo el maestro: ’Lo único que puedo hacer es ayudarte a que
reflexiones y hagas tu análisis, a fin de que una vez que tengas claros
tus objetivos, pongas en la balanza los pros y los contras de cada
situación. Pero en última instancia, la decisión es tuya.’
La toma de decisiones constituye una parte importante en la vida de
todo ser humano. Diariamente, a veces casi sin sentirlo, la gente toma
una gran cantidad de decisiones, desde cosas tan sencillas como qué ropa
se va a poner, hasta cosas tan complejas como la decisión a la que
tenía que llegar el joven en el proceso de elegir una carrera.
Una decisión, a fin de cuentas, es una elección entre varias
posibilidades. Si no se tiene oportunidad de elegir entre distintas
alternativas u opciones, entonces, no hay decisión.
Si sólo hay un camino y existe la necesidad de tomarlo, entonces no
se está decidiendo. Decidir, consecuentemente, lleva a la persona a
hacer uso de su libertad para:
*Sentir
*Razonar
*Comparar
*Analizar
*Evaluar
*Prever
*Elegir
Decidir es renunciar. Paradójicamente, así como toda decisión lleva a elegir, también implica una renuncia.
Si alguien decide gastar su dinero en comprar un televisor, eligió
tenerlo, pero a la vez, renunció a conservar el dinero. Si un joven
decide estudiar medicina, optó por seguir un camino, pero a la vez,
renuncia a estudiar ingeniería, leyes, o cualquier carrera o
especialidad, al menos por el momento.
Una de las más grandes decisiones, a la que la mayoría de los seres
humanos se enfrenta, por lo general en la juventud (cuando no se tiene
una gran experiencia acumulada, pero a la vez se cuenta con energía,
entusiasmo y una cierta dosis de idealismo), es la elección de pareja:
* Elegir con quién casarse y unir su vida para siempre.
* Decidir con quién se trabajará hombro con hombro en construir un
futuro, integrar una nueva familia y forjar una mutua felicidad...
Sin lugar a dudas es una decisión trascendente y de gran
importancia, porque de ello depende en gran parte el futuro de esas
parejas, su felicidad.
Esa decisión tan importante tiene, desde luego, todas las características propias de cualquier decisión:
* Es una elección, implica hacer uso de la libertad para seleccionar una y sólo una de entre varias posibles acciones.
* A la vez, implica una renuncia, una vez que se elige a la pareja y se comprometen en matrimonio.
* Se hace una decisión de por vida.
* Se renuncia a una relación de pareja con todas las demás personas con las cuales se pudo establecer un posible compromiso.
Como en esa decisión uno no se puede dar el lujo de cometer errores,
pues si los hubiera, sus consecuencias podrían ser muy graves, bien
vale la pena detenerse un poco, invertir tiempo y preparación, para
asegurarse de que el proceso que lleve a culminar en esa decisión se
realice de la mejor manera.
Todo proceso de decisión debe iniciar con el establecimiento claro
de un objetivo. Si la decisión está enfocada a comprar algo, por ejemplo
un automóvil, se tiene que definir con claridad qué es lo que se quiere
lograr con ese automóvil. Puesto que el auto no es un fin en sí mismo,
sino un medio: puede servir para transportar a una sola persona, pero
también puede ser un medio para transportar a toda una familia, o llevar
mercancía, o hasta para que los demás se fijen en su conductor (para
presumir, sentirse importante o para proyectar cierta imagen).
Sea cual sea el objetivo, es necesario definirlo con claridad, pues
dependiendo de ese objetivo, puede variar diametralmente el tipo de
elección que se realizará.
Obviamente, en la decisión para elegir pareja, tiene que
clarificarse perfectamente el objetivo y poder responder con precisión a
la pregunta: ’¿para qué quiero casarme?’
Desde luego, una respuesta que la mayoría de la gente daría a esa
pregunta sería: ’para ser feliz’. Sin embargo, es necesario ir más al
detalle y clarificar qué es lo que entendemos por ser feliz.
El solo hecho de tener claridad en esto, permite lograr un gran
avance en el proceso de la decisión, porque da un claro sentido de
dirección.
A diferencia de otras decisiones, la elección de pareja debe ser
tomada por dos personas, quienes deben elegirse mutuamente. Por
consiguiente, el objetivo de ambos debe coincidir.
El concepto de felicidad de ambos, si bien no tiene que ser
exactamente igual en todo, debe coincidir por lo menos en su aspecto
básico, pues debe llevar a ambos a buscar la felicidad en la misma
dirección.
Por eso, aún cuando cada persona debe fijar individualmente su
objetivo, las parejas deben darse tiempo y oportunidad de compartir,
comparar y confrontar sus respectivos objetivos, para descubrir si hay
coincidencias en lo básico, o bien, darse cuenta a tiempo, de que están
buscando objetivos opuestos, por lo cual esa relación tiene altas
probabilidades de fracasar.
Una vez definido el objetivo, se debe establecer requisitos.
Volviendo al ejemplo del automóvil, una vez que se decidió qué se
quiere lograr a través de la compra de un auto, se establece los
requerimientos básicos que se quisiera que tenga dicho automóvil:
cilindraje, precio, color, diseño, etc.
En la elección de pareja también se debe establecer las
características básicas consideradas valiosas, e inclusive
indispensables en la persona con quien se quiere construir un futuro:
carácter, educación, creencias, intereses, gustos, atractivo físico y
muchas cosas más.
Sin embargo, no se puede todo, por eso es importante definir cuáles
son las características realmente importantes, vitales, de las cuales no
se podría prescindir para lograr con esa persona el proyecto de vida en
común.
Esto lleva a una mayor claridad en la que se concreta ideas como:
’No pido que sea una belleza, pero sí es importantísimo para mí que
resulte atractivo o atractiva, que crea en el matrimonio de por vida,
que tenga sensibilidad, que comparta mis creencias religiosas...’
Cuando se tiene claridad en ese sentido, es difícil creer en un
enamoramiento caprichoso, pues cuando se comienza a tratar a una persona
que no llena las expectativas que se ha definido como básicas, no se
dejará que la relación prospere.
Por el contrario, cuando no hay claridad en cuanto a lo que se
quiere, se corre el riesgo de encontrar alguien que atrae físicamente y
que ’¡me hizo caso!’, dejándose llevar por ese atractivo, sin detenerse
siquiera a analizar si los objetivos de esa persona coinciden con los
propios...
¿Y el romanticismo dónde queda?
Cuando una pareja encuentra coincidencia de objetivos, intereses y
valores, y con el trato descubre muchos aspectos valiosos, nace la
ternura, el afecto, el deseo de compartir y soñar juntos, buscar el bien
de la otra persona, el querer hacerse felices mutuamente.
Como dice Carlos Cuauhtémoc Sánchez, autor de ’Juventud en Éxtasis’:
Busca como pareja a aquella persona ’que si fuera de tu mismo sexo,
sería tu mejor amigo’.
En pocas palabras, olvidándote momentáneamente del atractivo físico,
busca en esa persona todas las características que la harían tu mejor
amigo o amiga y para lograrlo, resultan ser de gran ayuda la
clarificación de objetivos y el establecimiento de requisitos vitales.
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